Conforme pasan los años, tengo más motivos para ser feliz,

para sentirme plena y satisfecha.

Pero tengo algo pendiente que me trae de cabeza.

No es posible renunciar de un día para otro a mis tendencias.

Algún día lo haré... Pero antes, debo agotarla.

Debo agotarme. Y el problema es que estoy llena de energía.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Busco perder


Con más frecuencia de lo que suele ser normal, me sorprendo teniendo pensamientos con Joe A. de protagonista. Sueño con él. Aunque en realidad debería decir que se acaba colando en mis sueños, de manera subliminal. Da igual que la sesión comience con la caída de dientes, que es lo normal en mí. Al final, mi sueño recurrente se acaba transformando. Y él se las arregla para estar presente.

¿Qué diablos tiene que me trastoca? En mis fantasías, él hace de mí lo que quiere. Resurge mi faceta exhibicionista. Camino semidesnuda por la calle, atrayendo miradas. Y él me lleva atada del cuello. No es lo que quiero yo. ¿O sí? Me hace dudar. Me hace preguntarme si realmente me gustaría hacer eso.

Joe A. me tiene al límite de la paciencia. Tras una noche debatiéndome entre el sí y el no, casi obligada a darle una respuesta antes de despertar, consigo zafarme de su insistencia. Entonces le veo en el campus, me mira y revivo todo lo que me ha intentado hacer de noche. Es un “picky”.  Además, como si no tuviera bastante con tenerle en mi cabeza, tengo que soportar su mirada viciosa y taimada. Y fingir que soy pavita y no sé de qué va. Me mira como si supiera lo que está pasando por mi interior. Como si se hubiese dado cuenta de que me estoy planteando experimentar desde el otro bando. El bando de los que obedecen y reciben. Como si sólo tuviese que esperar a estar completamente segura…

Hijo de perra. Qué sabrá él de mí. Pero bueno, eso aún lo puedo soportar. Lo que no soporto es la espera. No sé cuánto tardará en dar el paso y entrarme. Y entonces, no sé cómo reaccionaré. Por muy preparada que esté.

Esta está siendo una temporada interesante. Mis asuntos van bien. Pero el nivel de imprevistos empieza a superarme. La vecina de enfrente es la típica anciana aburrida que se pasa el rato asomada tras los visillos de la ventana de su cocina. Al parecer, se sabe mis horarios. El de salir a estudiar, el de recibir a Enrique… Y el de zorrear.

La otra mañana, coincidimos en la calle, y se acercó a saludarme. Tan cínica. “Excuse me…”

Al verla venir, me eché a temblar. No sé cómo, supe que su encuentro no me iba a deparar buenas noticias. Me dijo que se había fijado en mí desde que me vio llegar. Que se había dado cuenta de que el vecino español estaba más alegre desde que me cortejaba, porque sabía que me estaba cortejando.

“Pero a mí no me la das. No eres la niña buena que aparentas. Algún día Enrique se dará cuenta y tendrás que darle algunas explicaciones”.

No le respondí. Le dediqué una sonrisa y le dije que comprendía su necesidad de espiar a los demás. Era normal, si una no tiene en qué entretenerse… Ella hizo un respingo de sorpresa fingida.

-Adiós, vecina.

La señora mayor que se aburre, la bautizó mi conciencia.

¿Sabéis qué es lo que le jode a la doña? Que no puede husmear en mis asuntos privados. Que se tiene que conformar con lo que ve, aunque no acabe de entenderlo. Si esa estuviese al corriente de todo lo que manejo, se creería con derecho a llevarme a la tele para hacerlo público.

Sí, en verdad tengo muchos entretenimientos. Está el chat de escritores, aunque Claudio ha desaparecido de él. Se ve que mis fantasías no fueron de su agrado... Y el chat de sumisos. Llevo varios años asomándome a los chats del gremio, para estar al día de lo que se demanda. Parece que me huelen, los muy infelices. Les falta tiempo para ofrecerse, para deberse, para entregarse en cuerpo y alma. Aunque pudiera, no querría aceptar tanto tributo. Me niego. No les complazco cuando me piden dolor o control sin más. Tengo algo en mente que me lleva a experimentar con ellos.

 Mi obsesión por hacerles pensar y sentir, más que deberse. Insisto en probar, les pongo a prueba en sus gustos, sus convicciones, y les tiento, les pico, les puteo. Les hago interaccionar. Luego quiero que me cuenten cómo se sienten.



Y cuando las preocupaciones me abruman, me acuerdo del tipo que me tiré en Printworks. Hace poco volví a verlo. Se daba un aire a Bradley Cooper. Fuera de contexto no es lo mismo. No me pone nada. Aunque reconozco que volví a evocar la escena que tuvo lugar entre nosotros. Vista desde fuera, fue buena. La repetiría. O la mejoraría… Él no se da cuenta. Tampoco creo que me reconociera. Siento la tentación de llamarle por su nombre, de volver a entrarle.

Me paso la semana pensando en él. Sea como sea, quiero encontrar la manera de volver a coincidir. Tengo un plan para volver a zorrear con él. Pero Enrique me frena todo impulso. Enrique es un cielo, seguro de sí mismo y cariñoso. Pero no es tonto. Me concede la libertad que necesito, sin pedir explicaciones. Me ama. Pero sabe que escondo algo. A pesar de todo, jamás me pide explicaciones. No me acorrala. Tan sólo insinúa lo que le parecen discordancias.

Visto lo visto, tengo dos opciones. Seguir haciendo lo que hago, a sabiendas de que debo extremar las precauciones, y de que Enrique lo acabará sabiendo todo… O dar el paso que vengo intentando dar desde que huí por última vez.

En tal caso, saldría ganando. La relación que Enrique y yo hemos apostado por construir, podría mantenerse a salvo. Al menos, el tiempo suficiente hasta pulir mis coartadas.

Sin embargo, cuando un impulso suicida se apodera de mí, me ciega, me ofusca y me obnubila. Me empuja a resolver las cosas de la manera más visceral y peligrosa. Siento entonces que busco perder. Que no hay equilibrio posible. O lo hago bien, o lo hago mal.

¡Joder, quiero hacerlo mal y llevármelo todo por delante! Que se joda mi vecina. Me voy a procurar un buen jaleo con Graeme. Y otro con Joe A.

Pero no, no es cierto que pretenda salpicar también a Enrique. No se lo merece. Y no veo la manera de hacer las cosas mal sin que él salga perjudicado. Así que me miro a los ojos a través del espejo. La mirada sombría, desafiante, forzando un pulso con la sensatez… acabo cediendo. Me ha costado mucho  conseguir lo que estoy disfrutando. Realmente, no tiene sentido renunciar a ello. No obstante, esa es la decisión que he tomado hoy. Mañana, Dios dirá.

sábado, 23 de julio de 2011

Amnesia

Le dije a Enrique que estaría tres días fueras. Por supuesto, no le he contado la verdad, sino que  he tratado de ser muy sutil a la hora de explicar mi ausencia. Voy a visitar a una amiga que está de paso por Europa. La veo poco, al residir en América…
“Ah, vas a ver a la venezolana que te enseñó a preparar vieiras con leche de coco”.
-Sí, claro. Qué agudo eres, cielo. Mi amiga venezolana. Es un encanto. Te gustaría conocerla… A ver si alguna vez pudiésemos coincidir con ella.
Hoy estoy reflexiva. Es como si hubiese llegado a un momento de obligado balance sobre todos los asuntos que están bajo mi control.
Enrique trabaja duro para ser la pareja formal, quien va a enseñarme  a confiar, a amar, a comprometerme. Su empeño parece deberse a un reto parecido al que yo me he impuesto. Se siente motivado conforme ve respuestas en mí, y creo que eso es también lo que me alimenta a mí. Basar una relación en la valentía que hace frente a las carencias me resulta de lo más emocionante.
Llevo cuatro meses en Manchester. El cambio de ciudad ha sido un acierto, así como matricularme en la facultad de arte. Estoy aprendiendo a la par que decoro mi casa. Me he apuntado a algunas actividades relacionadas, me dedico a vender mis creaciones, voy haciendo contactos y colaboro con otros artistas con la intención de hacer un arte más completo. Es una labor que exige mucha dedicación, pero resulta sumamente reconfortante.
No he vuelto a escuchar gritar a la vecina. Mr Grant está controlado y tiene donde entretenerse. Va a pasar fuera de casa más tiempo del que le gustaría. Aún así, tengo pendiente una visita personalizada a su hogar, para comprobar algunas cosas de primera mano. Tengo que averiguar cómo es ella, y endilgar una cámara. Y ya puestos, sería la bomba registrar el despacho del don.
A veces sueño que me vuelvo amnésica y olvido quién soy en realidad… Olvido todas mis facetas, todas mis identidades y mis personalidades. No sé si me gusta dar o que me den. Y sí, reconozco que quizá esa sería la solución a mi medida, pero hoy por hoy, afirmo que no quiero olvidar quien soy. Y que me gusta dar. De hecho, tengo mucho para dar.
Pensaba todo esto mientras preparaba mi equipaje. Mónaco…


Estuve una vez de pasada, pero apenas lo recordaba. Sin embargo, un atisbo de familiaridad se despertó en mí al aterrizar en aquel diminuto país, donde el espacio disponible está tan bien aprovechado. Tanto, que no podía apenas vislumbrarse el contorno de la costa, al hallarse completamente redibujado por la precisión de la zona portuaria; por los retoques perfeccionistas del dibujo natural; por la infinidad de edificios, apiñados entre el monte y el mar. El colmo de la sofisticación.
Y ahí es donde se nutre mi profesionalidad. Sabiendo usar la fachada que me aporta el fundirme en un entorno tan frívolo y ostentoso…
Mi trabajo está previsto en la zona de Fontvieille. Me alojo en el Columbus. Cualquier lugar en Mónaco es tan discreto como llamativo. Giussepa Frederici me envía instrucciones a menudo, conforme se asegura previamente de que todo marcha según sus planes. Me dejo ver con mi apariencia británica por los lugares emblemáticos. Los alrededores del helipuerto, el Stade Louis II, toda la Avenue des Papalins. Me acerco al mar, a los enclaves del glamour, donde los niños son educados desde pequeños, instruidos en los lujos de su país. Al menos, en los que consiente la monarquía monegasca. Me fijo en los yates. Tanto niño me causa una impresión extraña. Tan monos, tan perfectamente ataviados con indumentarias que son un calco en miniatura de las de sus padres y madres. Me pregunto si entre ellos habrá algún descendiente bastardo del príncipe Alberto.
Las horas pasan lentas. He tenido ocasión de disfrutar a mi manera hasta que Giussepa Frederici me ha avisado por última vez.
Cuento con dos horas para acudir al hotel a cambiarme. Tardo apenas cuarenta y cinco minutos en caracterizarme como Mistress. Es algo que en sí mismo me causa un placer igualable, tan sólo, al hecho de cobrar tras una buena faena. Quizá os haya dado una impresión poco adecuada. Rectifico: No es el dinero lo que me mueve a moverme entre la élite del sado. Es que la preparación de un trabajo, sexualmente hablando, serían los preliminares. El servicio equivaldría al encuentro sexual. Y el cobro por los servicios viene a ser el orgasmo.
Tocan a la puerta. No puedo evitar sonreír. Tan sólo el instante previo a la apertura. Me detengo a contemplar al individuo que hay al otro lado, sin dejar aflorar mis emociones. Un chequeo rápido, para comprobar que no nos hemos visto previamente y una invitación directa y cruda. Un mandato que él está obligado a obedecer.
-Entra.
Una buena mistress debe ser suave a la hora de invitar, pero firme al controlar. El secreto estriba en pasar de una sonrisa a una mirada fría, sin dar tiempo a reaccionar y carecer de compasión para con el sumiso. Y un sumiso atrapado en la red de una buena mistress vive para su ama. No puede pensar en otra cosa que no sea en agradarla y obedecerla. Da igual que un sumiso lleve años de servicio. Funciona igual para quien cruza el umbral por vez primera.
Una vez dentro, no tiene salvación.

lunes, 20 de junio de 2011

Trinidad


Enrique se acaba de ir. Hemos tenido nuestro encuentro diario, breve, para no hartarnos, pero regular, como cualquier otra rutina. Nuestra relación es curiosa… Ya sabéis a qué me refiero. Jamás entró en mis planes mantener una relación, del tipo que fuera, de no ser estrictamente necesario. Con lo cual, estoy infringiendo una de mis propias leyes. Aún así, no sucede nada malo. Es algo sencillo de manejar, y siento que lo hago por pura diversión.
Él tiene un problema. Cuanto más salimos juntos, más segura estoy. No le acaba de gustar la ciudad. Y a mí me resulta fascinante. No dejo de descubrir rincones apasionantes y propuestas a cual más interesantes. Su rechazo no es racional ni justificable. Viene de algo personal que aún no he descubierto. Pero me he propuesto ayudarle a descubrir ese rechazo. Necesito hacer eso por él, ya que no puedo hacer otras cosas.
Además, estar con él es enriquecedor. A menudo pienso en un adjetivo adecuado al nombre de las personas. Alguien llamado Plácido obligatoriamente tiene que resultar placentero. Del mismo modo que un tipo llamado Amador ha de ser bueno en la cama. Aunque no sé qué adjetivo derivaría de ese nombre. Pues el caso es que Enrique es sencillamente enriquecedor.
Me pregunto qué adjetivo aplicarle a Claudio...
Le conocí hace poco, en un chat erótico. Resulta que el tipo es escritor, aunque ignoro de quién se trata. No he leído más que lo que escribe bajo pseudónimo en un blog alternativo, ajeno  a su obra comercial. Me ha costado un poco hacerme una idea real de su personalidad y sus hábitos puesto que lo que suelta es bastante curioso.
En el chat abundan las composiciones eróticas. De modo que él se mueve en su salsa. Le gusta requerir fragmentos o ejemplos de textos a sus contertulios, en general. Y luego selecciona trabajos exclusivamente femeninos, para realizar sobre ellos comentarios personales. Dichos comentarios apenas dejan entrever la opinión que le merece un texto. Sino que se centran en las pasiones que le despiertan. Es evidente por qué capta la atención sólo de mujeres. Le tira los tejos a todas. En realidad, no está interesado en la obra literaria de ninguna de ellas, pero le excita sobre manera utilizar el contexto literario como pretexto para sus acercamientos.
Conmigo procedió de la manera habitual desde que me conoció. Yo consto en el chat como escritora amateur,  bajo el nombre de Trinidad. Y Claudio me resulta muy entretenido. Me regala el oído de mala manera. Me dice que soy sexy. Que le gustaría quitarme las medias. Me está malacostumbrando. Si alguna vez deja de decirme esas cosas que tanto me gustan, me enfadaré.
Tengo pocos momentos para estar sola, y no puedo renunciar a ello. Cuando ya ha pasado el día y he superado mi tiempo de estudio, la interpretación de mi personaje, la alimentación de mi relación y el cumplimiento de mis tareas, llega el premio de la jornada. Los juegos en red. La búsqueda de nuevas oportunidades. El incansable uso del dominio.


Aunque no siempre me conecto a ese chat. Así que la frecuencia con la que nos leemos es poco constante. La última noche me dijo que le gustaría conocer alguna de mis fantasías personales. Que me tomase mi tiempo para reflexionar. No sé qué se le habrá pasado por la cabeza; es decir, a saber qué es lo que él cree que puedo fantasear. Me hace gracia su insistencia.
El caso es que hoy tengo ganas de responderle. Él siempre dice que el sexo es una terapia. Que hablando de él, sobre él, o simplemente expresándose en términos eróticos o pornográficos,  las personas pueden liberar sus inquietudes, sus miedos, sus fantasmas. Claro que creo en las terapias. Yo tengo una muy efectiva. Pero Claudio me ha malinterpretado. Mi problema no es sexual, porque tengo con quién. Sino sádico porque no tengo a quién.
Le he dedicado un relato en el que le expongo mi necesidad de dar palizas. Lo mucho que me excita servirme de él para explicar la mayor de mis fantasías. Le describo con pelos y señales cómo le secuestro y le obligo a mirarme mientras me calzo. Cómo hago que le tiemblen las piernas al preguntarle sólo una cosa: “¿A quién quieres? ¿A la chica que crees tonta? ¿A la que parece tonta? ¿O a la que se hace la tonta?”
En mi relato, Claudio no puede responder.
De todos modos, no iba a tener en cuenta su opinión. Cada golpe lo da una de nosotras.
¡Zas! Una cree que eres mío.
¡Zas! A otra le pareces mío.
¡Zas! Y la otra te va a hacer mío.
Justo cuando estoy a punto de decirle a Claudio que su alter ego sumiso literario provoca en mí un deseo irrefrenable de actuar, suena el móvil de Miss Shield. La noche en que Giussepa Frederici realizó su brillante trabajo, me llamó para agradecer el beneficio económico que Mr. Grant le iba a suponer. Y ahora, vuelve a contactarme y me propone un trabajo similar.
 ¡Qué bien! 
-Dónde y cuándo.
-Mónaco.
-O.k. Gracias Giussepa.
Tengo una semana para organizar la escapada y la actuación. ¿No os lo había dicho? He consagrado mi vida al arte.
En la vida real, estoy ansiosa por conocer lo que Claudio tenga que responder.

jueves, 2 de junio de 2011

Contrapunto

Por fin sábado. Hoy es la gran noche.

El equipo local tiene a la ciudad en vilo. Llevamos más de una semana respirando excitación por todos los rincones de la ciudad, pero hoy alcanza su cuota máxima. Aunque me alegro de que la final se juegue en Wembley. No por nada, sino por los posibles problemas de tráfico.

Desde el día en que nos dedicamos a pasear, Enrique tiene por costumbre pasar a visitarme cada noche, cuando cierra el restaurante. Él llega cenado, y yo ceno siempre sola, de modo    que nos limitamos a tomar una copa, a charlar y a hacer pequeños planes. Los dos nos acostamos pronto para volver a madrugar la mañana siguiente, por lo que no solemos pasar juntos más de una hora. Es una manera práctica de estar al día, en una relación, de cuidarla, de mostrarse. Y algo ideal para alguien que, como yo, gusta de tenerlo todo controlado.

Cuando él se va, yo apago las luces y subo a mi habitación. Pero no puedo dormir hasta que no dejo ultimados los planes inmediatos.

Esta semana ha sido especialmente importante en cuanto a planes. He organizado una jauría. De pequeña me impactó presenciar una auténtica jauría de caza, con una docena de perros. No os diré qué atraparon. Tuvieron que pasar algunos años hasta que me reconcilié con mi conciencia, con mis recuerdos, con mis pesadillas. Ahora lo recuerdo como algo pasado, lejano. Con lo que puedo vivir. Pero sin duda, es algo que me ha marcado. Y esa palabra me resulta terrible. Jauría.

Ahora alguien tiene que pagar por ello. Siempre hay una persona, donde menos se espera, vociferando para llamar la atención. Y para eso estamos yo y otros como yo.

En realidad, no me dedico a la caza tradicional con perros y armas de fuego. Pero lo que hago no deja de ser una jauría. Mi modo de emplearme, el rastreo, la partida, el armamento, los que salen conmigo. Cualquier detalle evoca una y otra vez en mi cabeza aquella escena depravada. Y no sé de qué me sorprendo. Sé que soy igual de depravada. Es instintivo.

Enrique llegará esta noche sobre las 23.00. Tengo cosas que hacer durante toda la tarde, así que su visita, como todas las demás, será mi premio del día por los deberes bien hechos. Para vivir con entusiasmo, para no perder nunca ese entusiasmo, es imprescindible estar entretenida. Buscar ideas nuevas a las que dedicarse. Y esa, básicamente, es la ley que rige mi vida. Cada cierto tiempo, olisqueo nuevas posibilidades. Esta temporada está siendo crucial. Soy una auténtica estudiante, con mucho tiempo libre y un futuro prometedor. Pero eso puede resultar monótono. Razón por la cual procuro ir más allá.

Llevo varios días observando a un chico de otra clase… Es un auténtico cabrón. Bueno, el término me resulta ofensivo, puesto que en realidad me recuerda mucho a mí. Pero es lo que hay. Creo que he dado con mi contrapunto masculino. Me mira con unos deseos en su semblante similares a los que afloran cuando estoy a solas conmigo misma.

Siempre he sido consciente de que en este mundo tarde o temprano se encuentra a alguien que ejerce de contrapunto. Por mucho que se viaje. O a lo mejor precisamente por lo mucho que se viaja. En fin… Tengo mucho que aprender de él. Lo sé cada vez que le miro. Lo pienso cada vez que rehúyo su mirada. Por ahora él no se ha detenido en mí. Estoy pasando desapercibida. Pero esa es siempre la primera fase. Tarde o temprano dejaré de resultarle insípida, por mucho que me esfuerce en serlo, y se fijará en mí. Entonces tendré que sopesar bien mis opciones.

Pero no ahora. Esta noche tengo un asunto pendiente.




Esta noche yo voy a ser el contrapunto del señor Grant. Tengo algo importante que enseñarle. Y nos vamos a divertir. Unos más que otros, sí, pero seguro que le gusta. Sé que ha estado intentando averiguar, desde sus posibilidades, quién es Miss Shield. Ha cambiado las contraseñas de sus ordenadores, la cerradura de casa, y ha tomado unas medidas de seguridad con las que intentará lavar su conciencia. Aunque en realidad no le van a servir de gran cosa. Esta noche tiene una reunión. Una especie de cita en un hotel de las afueras. Por lo que ha podido averiguar de su cliente potencial, está interesado en una propiedad al sur del país. Una residencia bastante exclusiva. Sin duda, un negocio redondo. El señor Grant tiene unas buenas expectativas para esta noche. Va a hacer uso de sus mejores recursos porque se juega mucho.

Igual que yo.

A las 19:00 conecto el ordenador y comienzo el seguimiento de la operación. Mi contacto ya ha llegado al hotel. Se ha instalado y me ha mandado los primeros datos. Ha establecido una primera toma de contacto con el director.

Preparo la cena. Algo sencillo, porque no quiero perder mucho tiempo. Voy a estar pendiente de dos pantallas, y no quiero perderme nada.

19:30. Los veo. Están en la cafetería.

19:45. Empieza el partido.

20:10. Abandonan la cafetería. El cliente potencial invita al señor Grant a su habitación para profundizar en el negocio. Gol de Pedro.

20: 20. Gol de Rooney. Empieza el juego. Aparece la secretaria del cliente, dispuesta  a desplegar la artillería pesada ante la incrédula mirada del señor Grant.

Vamos a por el lobo. Mis perros están hambrientos. El hambre es peligrosa cuando se está furioso. Y si la furia se desarrolla en clave sexual, el asedio de la jauría entiende de dominación. Me gustan los uniformes que han escogido mis perros para su trabajo. Están sublimes. Y sus armas son preciosas. Me gusta que cuiden hasta el más mínimo detalle. Por eso acudo a ellos siempre que los necesito.

20:50. Gol de Messi. Dicen de él que es el puto amo. Me tomo la licencia de aplicar la expresión en otro contexto. Oh, baby. Yeah, baby. Mientras sigo el espectáculo, me aseguro de que todo sigue en orden. La ciudad está expectante, hay un gran revuelo que nos permite aprovechar los momentos de euforia y llevarlos a nuestro terreno. Y cubrir la coartada.

21:10.  Gol de Villa. El espectáculo es realmente bueno. Merece las molestias que nos estamos tomando. Y también todo el dinero que mi equipo quisiera pedir. Por suerte, no soy yo la que paga.

21:30. Final del partido. Final del juego. Tengo material de primera.