Con más frecuencia de lo que suele ser normal, me sorprendo teniendo pensamientos con Joe A. de protagonista. Sueño con él. Aunque en realidad debería decir que se acaba colando en mis sueños, de manera subliminal. Da igual que la sesión comience con la caída de dientes, que es lo normal en mí. Al final, mi sueño recurrente se acaba transformando. Y él se las arregla para estar presente.
¿Qué diablos tiene que me trastoca? En mis fantasías, él hace de mí lo que quiere. Resurge mi faceta exhibicionista. Camino semidesnuda por la calle, atrayendo miradas. Y él me lleva atada del cuello. No es lo que quiero yo. ¿O sí? Me hace dudar. Me hace preguntarme si realmente me gustaría hacer eso.
Joe A. me tiene al límite de la paciencia. Tras una noche debatiéndome entre el sí y el no, casi obligada a darle una respuesta antes de despertar, consigo zafarme de su insistencia. Entonces le veo en el campus, me mira y revivo todo lo que me ha intentado hacer de noche. Es un “picky”. Además, como si no tuviera bastante con tenerle en mi cabeza, tengo que soportar su mirada viciosa y taimada. Y fingir que soy pavita y no sé de qué va. Me mira como si supiera lo que está pasando por mi interior. Como si se hubiese dado cuenta de que me estoy planteando experimentar desde el otro bando. El bando de los que obedecen y reciben. Como si sólo tuviese que esperar a estar completamente segura…
Hijo de perra. Qué sabrá él de mí. Pero bueno, eso aún lo puedo soportar. Lo que no soporto es la espera. No sé cuánto tardará en dar el paso y entrarme. Y entonces, no sé cómo reaccionaré. Por muy preparada que esté.
Esta está siendo una temporada interesante. Mis asuntos van bien. Pero el nivel de imprevistos empieza a superarme. La vecina de enfrente es la típica anciana aburrida que se pasa el rato asomada tras los visillos de la ventana de su cocina. Al parecer, se sabe mis horarios. El de salir a estudiar, el de recibir a Enrique… Y el de zorrear.
La otra mañana, coincidimos en la calle, y se acercó a saludarme. Tan cínica. “Excuse me…”
Al verla venir, me eché a temblar. No sé cómo, supe que su encuentro no me iba a deparar buenas noticias. Me dijo que se había fijado en mí desde que me vio llegar. Que se había dado cuenta de que el vecino español estaba más alegre desde que me cortejaba, porque sabía que me estaba cortejando.
“Pero a mí no me la das. No eres la niña buena que aparentas. Algún día Enrique se dará cuenta y tendrás que darle algunas explicaciones”.
No le respondí. Le dediqué una sonrisa y le dije que comprendía su necesidad de espiar a los demás. Era normal, si una no tiene en qué entretenerse… Ella hizo un respingo de sorpresa fingida.
-Adiós, vecina.
La señora mayor que se aburre, la bautizó mi conciencia.
¿Sabéis qué es lo que le jode a la doña? Que no puede husmear en mis asuntos privados. Que se tiene que conformar con lo que ve, aunque no acabe de entenderlo. Si esa estuviese al corriente de todo lo que manejo, se creería con derecho a llevarme a la tele para hacerlo público.
Sí, en verdad tengo muchos entretenimientos. Está el chat de escritores, aunque Claudio ha desaparecido de él. Se ve que mis fantasías no fueron de su agrado... Y el chat de sumisos. Llevo varios años asomándome a los chats del gremio, para estar al día de lo que se demanda. Parece que me huelen, los muy infelices. Les falta tiempo para ofrecerse, para deberse, para entregarse en cuerpo y alma. Aunque pudiera, no querría aceptar tanto tributo. Me niego. No les complazco cuando me piden dolor o control sin más. Tengo algo en mente que me lleva a experimentar con ellos.
Mi obsesión por hacerles pensar y sentir, más que deberse. Insisto en probar, les pongo a prueba en sus gustos, sus convicciones, y les tiento, les pico, les puteo. Les hago interaccionar. Luego quiero que me cuenten cómo se sienten.
Y cuando las preocupaciones me abruman, me acuerdo del tipo que me tiré en Printworks. Hace poco volví a verlo. Se daba un aire a Bradley Cooper. Fuera de contexto no es lo mismo. No me pone nada. Aunque reconozco que volví a evocar la escena que tuvo lugar entre nosotros. Vista desde fuera, fue buena. La repetiría. O la mejoraría… Él no se da cuenta. Tampoco creo que me reconociera. Siento la tentación de llamarle por su nombre, de volver a entrarle.
Me paso la semana pensando en él. Sea como sea, quiero encontrar la manera de volver a coincidir. Tengo un plan para volver a zorrear con él. Pero Enrique me frena todo impulso. Enrique es un cielo, seguro de sí mismo y cariñoso. Pero no es tonto. Me concede la libertad que necesito, sin pedir explicaciones. Me ama. Pero sabe que escondo algo. A pesar de todo, jamás me pide explicaciones. No me acorrala. Tan sólo insinúa lo que le parecen discordancias.
Visto lo visto, tengo dos opciones. Seguir haciendo lo que hago, a sabiendas de que debo extremar las precauciones, y de que Enrique lo acabará sabiendo todo… O dar el paso que vengo intentando dar desde que huí por última vez.
En tal caso, saldría ganando. La relación que Enrique y yo hemos apostado por construir, podría mantenerse a salvo. Al menos, el tiempo suficiente hasta pulir mis coartadas.
Sin embargo, cuando un impulso suicida se apodera de mí, me ciega, me ofusca y me obnubila. Me empuja a resolver las cosas de la manera más visceral y peligrosa. Siento entonces que busco perder. Que no hay equilibrio posible. O lo hago bien, o lo hago mal.
¡Joder, quiero hacerlo mal y llevármelo todo por delante! Que se joda mi vecina. Me voy a procurar un buen jaleo con Graeme. Y otro con Joe A.
Pero no, no es cierto que pretenda salpicar también a Enrique. No se lo merece. Y no veo la manera de hacer las cosas mal sin que él salga perjudicado. Así que me miro a los ojos a través del espejo. La mirada sombría, desafiante, forzando un pulso con la sensatez… acabo cediendo. Me ha costado mucho conseguir lo que estoy disfrutando. Realmente, no tiene sentido renunciar a ello. No obstante, esa es la decisión que he tomado hoy. Mañana, Dios dirá.